Arquitectura decimonónica al servicio del turismo de salud
La naturaleza es caprichosa y por ende el ser humano conoce de sus bondades procurando siempre sacar provecho de ellas, así se justifica el desarrollo de asentamientos primitivos en torno a colinas amesetadas, márgenes de ríos o tierras fértiles. Si a estas premisas enumeradas, más que suficientes para el desarrollo de primitivos asentamientos, le unimos el privilegio casi divino de contar con unos manantiales de agua con beneficios demostrados para la salud, nos ayudará a comprender porqué el municipio de Marmolejo concentra en su término municipal más de doscientos yacimientos arqueológicos. El saber aprovechar estos recursos naturales ha sido una constante ya evidenciada por las primeras comunidades prehistóricas, ejerciendo de atractivo para los nuevos colonos e indispensable para los lugareños hasta el punto de convertir a Marmolejo, a principios del siglo XX, en un referente nacional en desarrollo ingenieril y tecnológico equiparable a modelos presumibles a grandes urbes.
Los manantiales de aguas mineromedicinales ejercieron de reclamo para miles de agüistas, hacendados y llegados de capitales en su mayoría, convirtiendo a este municipio en un ejemplo de desarrollo urbano racional y vanguardista con ejemplos muy interesantes de arquitectura regionalista, aún visible en la ciudad, que justifican el desarrollo constructivo, a partir del último tercio del siglo XIX, de grandes edificios solariegos convertidos en hoteles o fondas necesarios, por otra parte, para albergar a una importante cantidad de agüistas que fueron increscendo hasta la primera mitad del siglo XX. Esto hizo cambiar por completo la fisionomía urbana de la ciudad, la dotó de un sistema de tranvías y condicionó notoriamente la economía productiva de la ciudad hasta tal punto de denominar la temporada de agüistas, de abril a octubre, como “la tercera cosecha”.
Todo esto es posible gracias a la existencia de un notable número de manantiales de agua mineral en el municipio, siendo tres de ellos los que coparán el protagonismo en adelante: Fuente Agria, San Luis y Buena Esperanza, estos concentrarán a su alrededor un sistema de infraestructuras orientadas al negocio medicinal, lo que pasó a denominarse como “El Balneario de Marmolejo”. De su primitiva arquitectura nada claro, algo más concretas son las fuentes que constatan un más que probable aprovechamiento romano de los manantiales, pero poco señalan de sus primitivas infraestructuras, las cuales, con certeza podemos situar a finales del siglo XIX, en consonancia con la galería de forja de acentuado estilo ecléctico, que conducía al agüista hasta la zona de toma de agua. De esta etapa (1860-1890), es cuando se producen una serie de acontecimientos cruciales en el devenir de este balneario para las próximas décadas: la declaración de las aguas de utilidad pública (1869) y la irrupción de la figura de Eduardo León y Llerena quien asumiría la explotación privada del balneario en 1883. Su visión empresarial catapultó el balneario, adaptándolo a las necesidades de este tipo de centros, mandando levantar una zona ajardinada de nueve hectáreas de un exquisito diseño, que no tardó en ser el complemento perfecto para un aprovechamiento eficiente del circuito saludable ofertado por el balneario, al que no tardó en incorporase una morada para el médico. Con este propósito de sumergir al agüista en un ambiente plenamente saludable se antoja indispensable la presencia figurativa de la diosa Higea, que garantizase el patrocinio divino de la higiene y la salud entre los usuarios del balneario. Con tal fin se mandó colocar en lugar destacado, todo apunta a finales del siglo XIX, una escultura de bronce en su honor realizada en los talleres franceses de fundición Val D’osne. Lejos de ser un mero elemento alegórico a la higiene, o según las últimas indagaciones a las Nereidas, este elemento figurativo, conservado en la actualidad en las instalaciones del balneario, se ha convertido en todo un icono de este municipio, acostumbrado por otra parte a valorar las vanguardias plásticas, como así se constata en el más que interesante museo de arte contemporáneo, que bajo el patrocinio de Mayte Espínola, convierte a Marmolejo en adalid de las artes plásticas contemporáneas en la provincia.
No es de extrañar por tanto y en función de lo descrito hasta ahora, que Marmolejo haya sido un municipio vanguardista ya desde principios del siglo XX y este hecho no pasó desapercibido por célebres personajes de la época que, arrastrados por las propiedades curativas de las aguas del municipio, anuncios singulares de la época y sus reconocidas menciones internacionales, escogieron Marmolejo como destino de salud. La nómina de estos es amplia, pero sirva como referencia los siguientes: La Infanta Isabel, hija de Isabel II; el premio nobel Ramón y Cajal; el General Serrano, Regente de España en el gobierno provisional de 1869; los hermanos Quintero y el literato Armando Palacio Valdés, entre otros.
La popularidad del balneario quedó intacta hasta el estallido de la Guerra Civil, antesala de un periodo de decadencia donde los incendios, inundaciones, como consecuencia de las crecidas del río Guadalquivir, y proyectos de regeneración no materializados, llevaron a un abandono paulatino que es extrapolable a toda la infraestructura hostelera dependientes de este. Y así, durmiendo el sueño de los justos, tras una breve segunda etapa de esplendor en los años 50, se presenta en pleno siglo XXI, cuando comienzan unas obras de remodelación, bunkerización y puesta en valor de las instalaciones, que ven la luz en julio de 2018 augurando una más que probable tercera edad dorada, en busca de recuperar ese flujo turístico que Marmolejo tuvo hace 100 años y que convirtió a este municipio en un referente turístico. No existe mejor cuña publicitaria para invitarles a visitar el espacio y beber de sus aguas, que aquella que dice: “Si quiere llegar a viejo, beba agua de Marmolejo”.