Antonio Salas Sola / Historiador del Arte y
Gestor Cultural.

Ni el mismísimo Fernando III, en los albores del Santo Reino, pudo imaginar que sobre los cimientos de aquella mezquita aljama se elevaría magistral “trono” para albergar la Santa Faz. Así debió advertirse entre aquellos descendientes de caballeros cristianos que vivieron en primera persona, a partir de 1368, la construcción de un primitivo templo gótico, de proyecto ambicioso, que no logró la solidez necesaria presupuesta a un templo que, consagrado a la Asunción de la Virgen, aspiraba a convertirse en paradigma de las construcciones religiosas de la diócesis.

Sea como fuere, un nuevo proyecto, aún con reminiscencias góticas, se consolida en los albores del siglo XVI bajo la tutela del obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, cuyo interés en el proyecto se traduce en un templo con cinco naves y esbelto cimborrio, en línea con las grandes catedrales góticas del momento. Tras esta etapa, que aún puede adivinarse en algunos elementos artísticos del conjunto catedralicio, comenzaría una transformación que, durante más de dos siglos, irá definiendo la fisionomía actual.

Esta nueva etapa, ya mediado el siglo XVI, se caracteriza por la intervención de numerosos arquitectos y artistas de primer nivel que lograron mantener cierta homogeneidad a las trazas de un emergente arquitecto, Andrés de Vandelvira, cuyo aval en Úbeda resultó suficiente para abanderar un proyecto que resumirá como pocos el ideario arquitectónico del arte moderno español. Desde 1650 y hasta su muerte, Andrés de Vandelvira, propone el diseño de un templo catedralicio con planta de salón, con tres naves de generosas proporciones que en su conjunto dotan a la construcción de armonía y equilibrio a través de una solución constructiva conformada por pilares cruciformes, arcos de medio punto y bóvedas vaídas.

(Fotografías cedidas por Manuel Miró)

La majestuosidad de las naves del templo se extiende a los muros laterales donde, enmarcadas a través de grandes arcos de medio punto, se disponen capillas sobre las cuales se alzan balconadas como parte inferior de una segunda crujía que proporciona luminosidad al templo a través de recurrentes ventanas serlianas. En la distribución de espacios y armonía de las trazas renacentistas, Vandelvira evidenció su cercanía a Diego de Siloé, aunque existe un notable distanciamiento en las trazas que emplea en la sacristía, cuya solución arquitectónica empleada elevan la arquitectura vandelviriana a la cúspide del Renacimiento español.

La pureza arquitectónica del arco de medio punto en distintas proporciones elevado sobre una particular solución de dobles columnas corintias y generosos pedestales, proporciona belleza y armonía a un espacio cubierto con bóveda de cañón acuartelada. Anexos a este espacio, equilibrando la planta del templo, la antesacristía y sala capitular donde existe un decálogo de recursos artísticos manieristas, destacando sobremanera el retablo del testero principal de la sala capitular a San Pedro de Osma, realizado por Pedro Machuca. La sobriedad arquitectónica que presentan estas salas es extensiva en el tramo de escalera que conduce desde la mencionada sala al Panteón de los Canónigos, espacio que acoge actualmente el museo catedralicio donde continente y contenido se disputan admiración.

El testigo de Andrés de Vandelvira es recogido por Alonso Barba quien se encargó de ejecutar con maestrazgo las intenciones arquitectónicas de su maestro, hasta que la llegada de una nueva intencionalidad artística de manos del Cardenal Moscoso y Sandoval sumergen a la catedral en la estética decorativa barroca, cuya ejecución se debe en su mayoría al arquitecto Juan de Aranda Salazar, quien trabajó en la cabecera, presbiterio y crucero, coronado este último en su parte central por una cúpula de notable inspiración italiana.

(Fotografías cedidas por Manuel Miró)

Las postrimerías del siglo XVII, con una catedral ya consagrada, se centran en la finalización de ornamentos de las capillas laterales, coro y fachada. La monumental fachada principal corresponde a las trazas de Eufrasio López de Rojas y Blas Antonio Delgado. Esta representa las últimas luces de un barroco teatral y exultante con la nueva praxis de un neoclásico que logrará tener su cuota de protagonismo final en el conjunto catedralicio. Flanqueada por dos enormes torres campanario, de cuerpos prismáticos rematados con cúpulas, la fachada principal se presenta como un enorme retablo de cinco calles y dos cuerpos en varios planos, alternando la decoración de relieves con las esculturas de bulto redondo que preceden la balaustrada. La iconografía existente ofrece un repertorio cristiano con referencia a la Asunción de la Virgen, Santo Rostro, Padres de la Iglesia, Evangelistas, Santos y Mártires locales; obras de Pedro Roldán y su taller. Con la fachada terminada se abre un último capítulo constructivo ya en el siglo XVIII con la finalización del Coro y la Capilla del Sagrario. Del primero se cierra el proyecto que iniciará a principios del siglo XVI con el Obispo Alonso Suárez como uno de los mejores ejemplos del arte mueble renacentista español. En lo que respecta a la Capilla del Sagrario, anexa a la nave del evangelio, Ventura Rodríguez imprime al espacio la sobriedad y funcionalidad presumida a la arquitectura neoclásica consiguiendo dos espacios, iglesia y cripta, resueltos internamente con planta oval inserta sobre un plano rectangular y bóveda elíptica.

Lo descrito solo es el resumen de un periplo constructivo y artístico que abarca algo más de tres siglos y que en conjunto se erige como arca del Santo Rostro, reliquia cristiana que se custodia celosamente en su capilla mayor. Jaén, “Bella Ciudad de la Luz”, cuya catedral brilla cual tesoro declarado monumento histórico artístico nacional a la espera de las indulgencias necesarias para convertirse en patrimonio de la humanidad.