Una taberna de las de antes que resiste

Hoy “El Fígaro”, con 47 años de historia y ubicado en pleno centro neurálgico de la capital, es una de las tabernas más castizas de Jaén. Un bar “de los de antes” que resiste a los nuevos tiempos y que debe su nombre al protagonista del libro y de la ópera “El Barbero de Sevilla”. La razón nos la explica Manuel Camacho, hijo del fundador y actual regente: “Mi padre era barbero, pero un día se cansó y decidió montar un bar en el mismo local”. Un amigo de la familia vio clara la analogía y recomendó al “Barbero de Jaén” que bautizara el negocio como la obra de Pierre-Augustin de Beaumarchais. Y así lo hizo. Comenzó así la andadura de un establecimiento cuya carta apenas ha cambiado desde los inicios. No ha sido necesario. Los flamenquines, las gambas fritas, los calamares o el adobo del “Fígaro” siguen figurando entre las preferencias de los jiennenses tal y como ya ocurría allá por 1972. Unos 70 platos que han degustado personalidades y famosos de todo tipo. De políticos a actores pasando por cantantes como Sara Montiel, que protagonizó en este “esquinazo” una anécdota que tardará en olvidar: “¡Una vez vino al bar y me pidió un pantumaca!”. “Señora”, le contestó, “eso en Jaén es una tostada con aceite y tomate”, para, acto seguido, comprobar que era “la persona con las manos más calientes del mundo”. “Me pidió fuego para encender uno de sus famosos puros, se lo di y todavía hoy sigo sin poder olvidar la temperatura que desprendían sus manos”. “Pero nuestros favoritos”, sale al paso al instante, “son los clientes de toda la vida”.

“Lolín” o “Lolo”, según el día o el cliente, representa a la quinta generación de una familia de churreros que en 140 años nunca ha dejado de trabajar en el mismo edificio del Fígaro. Primero en la churrería, que se ubicaba justo arriba, y, más tarde, en el actual establecimiento. La sexta generación, que sería la tercera ya en el Fígaro, empuja fuerte y su representante es Chema, su sobrino, que lleva varios años trabajando y ganando experiencia de cara a coger las riendas en el futuro”. Cuenta con una gran ventaja: en gran parte lo lleva en los genes gracias a su padre José Antonio, responsable, en buena medida también, de lo que hoy día es el Fígaro. “La gente viene, come bien y les gusta”, asegura Manuel Camacho. “Lo malo”, bromea, “es que luego vuelven”. Trato afable y buena gastronomía. Puro estilo “Fígaro”, un bar cuyo recorrido “hubiera sido mucho más corto de no ser”, concluye, “por las mujeres, por trabajadoras como mi esposa, mi madre o mi hermana. Sin ellas sería el fin”.