La exuberancia y el goce artístico del barroco más contrarreformista

Antonio Salas Sola / Historiador del Arte y
Gestor Cultural.

Eclipsado por la monumental fortaleza omeya de Burgalimar, el municipio de Baños de la Encina encierra en su conjunto histórico la esencia de un asentamiento de aspecto homogéneo, en tono pétreo y con un desarrollo urbano de traza irregular. Pasear por sus calles resulta una experiencia regada de edificios históricos que se van adaptando a una topografía compleja.

Esa topografía es aprovechada a finales del siglo XVII para levantar en uno de sus remontes, conocido como “descansadero mesteño del Santo Cristo”, un templo religioso bajo el patrocinio del prelado bañusco D. Pedro García Delgado. Este es el origen de la conocida ermita de Jesús o Cristo del Llano, un templo que, primitivamente aislado del conjunto urbano, se caracteriza por un aspecto sobrio y austero, de generosos lienzos de piedra labrada y volúmenes bien definidos. Destacable la fachada principal con portada clásica de pilastras, arco de medio punto y hornacina superior con cruz latina en piedra; coronando la fachada, frontón con óculo centrado y una espadaña de dos cuerpos que acentúa su verticalidad. A los elementos exteriores descritos se le añaden, ya en época contemporánea, volúmenes laterales como consecuencia directa del crecimiento urbano de la ciudad y el reaprovechamiento del templo por las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado.


Quizás por lo descrito hasta ahora el lector no vea nada extraordinario, pero nada más lejos de la realidad. La austeridad descrita contrasta con la exuberancia decorativa interna, manifiesta desde el sotocoro y cuyo cenit es el camarín barroco, el cual se añade al templo en 1744. En este caso sí se puede afirmar que continente y contenido obedecen a dos planteamientos contradictorios. Las formas arquitectónicas interiores se minimizan ante un despliegue ornamental sin vértigo que va creciendo hasta alcanzar el “hórror vacui” en el camarín de Jesús. A simple vista, el paso al interior del templo produce una sensación de congoja artística al sumergir al visitante en un maremágnum decorativo de complejo lenguaje artístico y cuya descripción detallada resulta compleja y especialmente lejana al objetivo final del presente artículo. A pesar de ello es difícil resistir la tentación que supone describir tal acumulación de elementos artísticos y técnicas decorativas que, en su conjunto y agrupadas en espacio tan reducido, suponen todo un goce para los sentidos.

En primera instancia destaca el sotocoro con un programa pictórico donde se representa alegoría a la salvación con un juego de perspectivas en trampantojo que aportan profundidad al espacio. Cubriendo el coro y hasta el crucero nave central abovedada con decoración pictórica de temática vegetal, aspecto marmóreo y donde aparece falsos lunetos y hornacinas entre los que se integran lienzos de distinto formato que representan apóstolesy escenas de la vida de la Virgen. El crucero manifiesta un ornato artístico con lienzos laterales con los padres de la Iglesia y tondos con evangelistas en el centro de las pechinas. Es una bóveda de media naranja la que cubre el crucero. En ella la técnica del trampantojo permite observar balaustrada circular y falso casquete que, divido en ocho tramos por estípites, enmarca escenas de iconografía martirial rematadas en la parte superior con conjunto ornamental de macolla. El retablo, que precede al camarín, conserva parte del programa artístico original a excepción de los lienzos inferiores. Sobrio, con discurso apologético cercano a la fundación de la ermita y a episodios históricos de la localidad, presenta calle central abierta, a modo de transparente, que deja entrever desde la nave central la exuberancia decorativa de un camarín que envuelve la sobria imagen de Cristo, en su advocación como “Jesús del Llano”. El acceso al camarín superior, desde el lateral de la epístola, va ambientado al espectador a través de yeserías decorativas con formas artísticas que en el camarín, alcanzará su máximo grado de expresión.

Difícil tarea traducir en palabras las sensaciones que, como espectador, uno puede sentir en el interior de tan magnánima obra artística; inenarrable, como cronista de lo bello, transmitir la acumulación de belleza y goce artístico que inflige el lugar; tedioso y complicado, como profesional del arte, hacer un análisis pormenorizado de los elementos decorativos, escultóricos e iconográficos presentes en el mismo; sensato por lo tanto, hacer un análisis somero, aunque suficientemente válido, para despertar el interés de todo aquel que tenga por costumbre disfrutar de lo bello y visitar enclaves de interés histórico artístico.

(Fotos cedidas por Turismo de Baños de la Encina)

En su interior es recomendable observarlo en su conjunto, dejarse llevar sin preocuparse por el quién, cómo, cuándo o porqué; permite disfrutar de estar inmerso en un lugar que nos acerca a lo sublime del arte, la esencia del barroco andaluz y la parte por el todo, ayudándonos a entender la grandeza del hombre al servicio del arte. Con tales premisas uno puede observar los detalles presentes en cada una de sus partes y buscar: la simetría en el caos de las formas; el detalle insignificante entre lo grandilocuente; lo exótico entre lo puramente tradicional; la riqueza decorativa del estuco con la dimensión que aportan los espejos al espacio; y en última instancia, el contraste entre la sobriedad de la escultura del Crucificado con la prolífica representación de elementos iconográficos cristianos que lo envuelven, cuya máxima expresión se alcanza en la cúpula polilobulada cercana a la cubierta de mocárabes nazarí. Si todo esto pareciese poco, el anonimato de su autoría, (certero fijarla al círculo de los maestros barrocos de Priego de Córdoba o Lucena), genera aún más admiración ante aquellos que lo visitan y hace aún más entendible el cometido del arte barroco donde, más allá de la ruptura de las formas clásicas, la exaltación del sentimiento y la extravagancia estética, se magnifica el goce del artista en su meta por alcanzar la misión del arte contrarreformista.