O cuando la historia de Jaén se resume en tan solo tres letras

“Un saber hacer de muchos años”. Jamás un eslogan tan corto ha servido para resumir tan bien el éxito de una trayectoria (y lo que te rondaré…) tan larga. Patatas Oya cumplió el pasado mes de junio 75 años y lo celebró el día 11, coincidiendo con la celebración de la festividad de la Virgen de la Capilla, patrona de la capital del Santo Reino. No podía ser de otra manera tratándose de una empresa familiar que presume orgullosa de su condición de jiennense, que promociona la Catedral de Jaén en cada bolsa de patatas que sale de sus instalaciones y que tiene su germen, como la propia ciudad, en el histórico barrio de La Magdalena.

“No es un año para celebraciones. Ni a nivel personal ni a nivel profesional”, reconoce Manuel Oya, actual gerente y representante de la tercera generación familiar al frente de la empresa. Por un lado está la crisis sanitaria y económica sin precedentes generada por la pandemia y, por otro, o sobre todo, el duro golpe que supuso la repentina pérdida, hace escasamente un año, de Carlos, primo y socio de Manuel. Con él se marchó un pilar para la familia, una buena persona a la que llevarán en el corazón el resto de su vida, pero también un profesional al que recuerdan y agradecen su trabajo, duro y a diario, para contribuir a que Patatas Oya sea lo que es hoy día. “Pero hay que seguir”, afirma resignado Manuel Oya. “Trabajar y como nos han enseñado nuestros padres”. Ahí está el secreto, como reza el ya citado eslogan.

En la experiencia y en haber tenido siempre claro que la mejor manera de no desviarse del camino es no traicionar jamás la receta que empleaba “el abuelo Manuel” en 1945 cuando comenzó a iniciarse como patatero, una vez daba por concluida la jornada, en su churrería de la calle Martínez Molina. A mediados de la década de los 40, la variedad de golosinas se limitaba a los garbanzos “tostaos” y a las patatas fritas. Y las que comenzaron a elaborar muy cerca de allí el fundador y sus hijos, Hilario, Alberto, Manuel y Ana, y más tarde, también el marido de ésta, Manuel, junto a la Plaza del Pato, y que vendían en aquellos antiguos carritos conocidos como “Coches Talgo” a las puertas del Cine Rosales, en la calle Maestra y en Martínez Molina, estaban espectaculares. De La Magdalena, un barrio en el que no había, por cierto, un solo vecino que no conociera también a la abuela Inés, ya en los 70 se mudaron a la actual fábrica del Polígono de los Olivares, desde la que abastece de patatas fritas, frutos secos y diferentes snacks a particulares y a profesionales del canal Horeca (hostelería, restaurantes y cafeterías).

Izq.: El fundador, Manuel Oya. Centro.: actuales resonsables de esta conocida empresa familiar. Dcha.: Una foto antigua de la fábrica Oya, ubicada en La Magdalena.

La tercera generación de la familia Oya tomó las riendas hace ahora 17 años con Manuel Oya nieto y el malogrado Carlos como nuevos responsables. Tras el inesperado adiós de éste, se incorporó David Peragón, su cuñado y hoy día jefe de Producción. Un apoyo fundamental para Manolo y la principal cabeza pensante de las diferentes estrategias de comunicación, sobre todo en redes sociales, que están llevando a cabo la potenciación de la marca y de las diferentes acciones promocionales que tan buena aceptación están teniendo. Un mundo, el de Internet, en el que ha irrumpido del todo con la reciente inauguración de su nueva tienda online, que permite disfrutar de la variedad de productos de la casa en cualquier punto de España en un plazo de entre 24 y 48 horas. Es quizá el ejemplo que mejor representa la apuesta de Patatas Oya por las nuevas tecnologías y de que se puede ser artesano y maestro patatero y también estar a la última en la aplicación de las nuevas tecnologías a las diferentes fases del proceso de fabricación. Faltaría más.

Potenciar la web, incrementar la presencia en redes sociales y poner en marcha campañas con los embajadores virtuales “Señor Oya” y “Doña Flor” (que representa a la segunda marca de la empresa, “Flor de Jaén”) como protagonistas son nuestra forma, coinciden Manolo y David, de “acercarnos a la sociedad y, especialmente, a los jóvenes”. A muchos adolescentes de Jaén, hijos de la revolución digital, que, a buen seguro, conocen la marca y que, con casi total probabilidad, han probado su producto estrella, pero que, quizá, desconocen su historia y, por extensión, en cierto modo la de su ciudad. Porque, como bien recuerda el gerente, “el que no conozca Patatas Oya o las patatas que se hacen en Jaén es que no conoce su historia”. El que lo haga, descubrirá la andadura de una empresa familiar que no solo ha tenido continuidad en el tiempo, sino que ha sido capaz de consolidarse, por un lado, como marca, y, por otro, como símbolo e icono de Jaén. Un aperitivo que lleva acompañando a los jiennenses 75 años. Con el mismo sabor, textura, olor y corte del primer día. Tal y como lo probaron nuestros padres y los padres de estos. Idénticas a las que, recuerdan con una sonrisa los actuales responsables de Patatas Oya, han paseado por todo el mundo jiennenses que luego les han hecho llegar sus fotos a modo de homenaje y de testimonio gráfico.

Izq. y dcha.: Fotos antiguas de la fábrica. Centro: el primer envase.

Rincones como Londres, Dubái o el Líbano, donde un destacamento del ejército se puso las botas gracias al lote de productos que le hizo llegar la empresa a petición de un sargento que saboreó y, alardeó, y con razón, de las ricas patatas que les habían mandado de Jaén.

El haber sido capaz de vincular su calidad al territorio, a base de esfuerzo, de “desechar lo que no sirve” y de primar la calidad sobre la cantidad, y su impagable implicación en la promoción de la ciudad y de sus principales reclamos turísticos, culturales o gastronómicos es su principal regalo a una ciudad que lleva siete décadas y media devorando sus productos.

Texto: Ayer&hoy
Fotos: Patatas Oya /Ayer&hoy