Testigo mudo del origen de la dinastía nazarí

Antonio Salas Sola / Historiador del Arte y
Gestor Cultural.

La provincia de Jaén, sí; de Jaén, ostenta el privilegio de ser el territorio en el que se concentran mayor número de castillos de toda Europa. Este mérito forjado durante siglos ha supuesto la proyección cultural, social y mediática de estas construcciones de alto valor histórico-artístico y arqueológico a través de un itinerario turístico que bajo el nombre de “Ruta de los Castillos y Batallas” nace con el pretexto de conservar, poner en valor y dinamizar las fortalezas y castillos existentes en territorio jiennense, además de ser el nexo de unión de una historia, la de esta provincia, como tierra de fronteras y escenario protagonista de aquellas batallas que hoy se antojan cruciales para comprender el devenir histórico andalusí. Castillos, fortalezas y demás construcciones ligadas a conjuntos fortificados medievales, las alcazabas, que han ido modelando el paisaje urbano de las antiguas medinas, origen, en la mayoría de casos, de los conjuntos históricos hoy frecuentados por el turista.

Unos de esos conjuntos históricos fortificados que responde a esos arquetipos medievales es el de Arjona. Bajo el apelativo de Qal´at Aryuna, Arjona presume de tener un pasado medieval que entre otras cuestiones, le encumbra como cuna del reino nazarí, gracias al nacimiento en 1195 de su personaje ilustre más notable, Ibn Al-ahmar, primer sultán nazarí (1232) y fundador de la Alhambra.

Izq.: Iglesia de Santa María del Alcázar, donde está ubicado el aljibe (foto de Pedro Barrera). Centro: Una vista del aljibe. Dcha.: Detalle del pedestal. (fotos cedidas por la Oficina de Turismo de Arjona).

Todo esto quizás se deba en parte a su privilegiada posición geográfica, que le ha valido el calificativo de “atalaya de la campiña norte jiennense”, sobre la cual se tejió, a partir del siglo IX, un entramado urbano medieval radiocéntrico repleto de calles estrechas y trazas irregulares. Este entramado urbano con epicentro en el alcázar va configurando, en algo más de cuatro siglos, un sistema defensivo de triple cinturón de murallas que tendrá en la alcazaba su mayor expresión arquitectónica con la construcción de castillo, mezquita aljama e infraestructuras urbanas, civiles y militares, entre ellas el aljibe almohade que nos ocupa.

En el entorno de la desaparecida mezquita aljama, entre la portada oeste de la iglesia de Santa María del Alcázar y el edificio que alberga la colección museográfica “Ciudad de Arjona”, se ubica el aljibe. Construido en el siglo XII, coincidiendo con el dominio almohade de al-Ándalus, presenta una planta rectangular asentada sobre base geológica y delimitada con cuatro gruesos muros de más de un metro de sección, realizados en tapial de argamasa y revestidos de mortero de cal. La planta rectangular ocupa una superficie de 10,56 m x 4,96 m y está cubierta por tres bóvedas de cañón realizadas con fábrica de ladrillo y separadas por arcos de medio punto. Una de las particularidades de estos arcos es que se alzan sobre pedestales romanos reutilizados como fustes, cuya importancia y singularidad justifican que nos detengamos en su análisis. Pedestales de mármol rosáceo de similares dimensiones en los que se incorporan, en torno al siglo I de nuestra era, sendas inscripciones; la primera con alusiones a César Augusto con la dedicatoria siguiente: IMP. CAESARI AVGVSTO DIVI F./ PONTIFICI MAX. TRIB. POTEST. XIIX/COS.XI PATRI PATRIAE D. D. (Al emperador César Augusto/hijo del divino padre de la patria/por decreto de los decuriones); y la segunda de menor campo epigráfico referente a Quinto Mario con el texto: Q. MARIO Q.F. HISPANO/PATRI D.D. ( A su padre Q. Mario Hispano/hijo de Quinto/dio y dedicó). Es conocida la existencia de las mismas gracias al inventario que hiciese en el s. XVII el historiador Martín Ximena Jurado.

Sobre los pedestales, e inmediato al arranque de los arcos de medio punto, unas estructuras a modo de capiteles con parte de su superficie alterada como consecuencia más que probable del acento iconoclasta impuesto por la cultura almohade. Los pedestales rescatados e integrados por los alarifes almohades logran romper con la austeridad estética presumible a una infraestructura hidráulica la cual se ha mostrado inalterada y en funcionamiento hasta la primera década del siglo XXI en favor de su puesta en valor con fines turísticos.

Izq.: Otra vista del aljibe. Dcha.: Monumento al rey Alhamar, I Rey nazarí.

La capacidad de almacenamiento de agua de este aljibe almohade se estima en algo más de 210 metros cúbicos nutriéndose principalmente de agua de lluvia a través de tres orificios que, a modo de brocales, se encuentran ubicados en la parte central de cada bóveda; a ellos hay que añadir un atanor de barro cocido por el que desembocaba el agua canalizada de las construcciones del entorno de la antigua alcazaba. Y es que el agua, cual elemento presocrático ha sido y es un bien natural asociado a la prosperidad y respetado por todas las culturas.

La necesidad del agua para el desarrollo de las ciudades quedó patente con la ocupación romana y se antojó imprescindible para la vida en las medinas medievales desarrollando toda una red de infraestructuras como baños, fuentes o aljibes de gran capacidad y carácter monumental, como el de Arjona que presume ser el único aljibe visitable en toda la “Ruta de Castillos y Batallas” de la provincia de Jaén y junto al ubicado bajo el claustro del Palacio de las Veletas, en Cáceres, los más destacados aljibes almohades conservados en España.